Por Hernán Morán Vásquez
Presentar un libro no es un hecho ordinario; como caminar a tomar la micro, cumplir un horario de trabajo, sentarse a comer algo o encender el televisor. Se trata pues, de un acto extraordinario que viene a sumar más que a restar (independientemente de la forma y del contenido que presente) Y aunque nos perezca que las estanterías cuentan ya con suficientes libros para un número de lectores que suponemos escaso, no hay lógica económica que anule la sana pretensión que representa el querer manifestar, a través de una obra escrita, una posición de singularidad en medio de la “majamama ninguneante” que tiende a producirse cada vez que consideramos satisfechas nuestras catalogadas necesidades.
Variados pueden ser, seguramente, los puntos de arranque, los motivos causales de toda obra que tiene alguna posibilidad de ofrecerse a algún lector, por medio de la edición: los grados egocéntricos podrán graduarse, los anhelos de respuesta y comentario también, sin embargo, también me parece posible suponer que hay obras que logran plasmarse a manera de libros por cierta inevitable consecuencia.
En este sentido, “Los Versos Mutantes” de Juan Carlos, aparecen frente a mis ojos como una obra que no ha sufrido de ese “apresuramiento” ,a veces ridículo, que delata en demasía nuestra intención de presentarnos en sociedad como “creadores de algo”. Por el contrario, leo entre líneas, cierto reposado y pausado barbecho en torno a manifestar con propiedad, algo que se viene pensando, sintiendo y construyendo de manera sostenida. Una cierta visión de las cosas entramada en ideas que abarcan y acogen la existencia de dilemas pululantes no superados que cohabitan con el ser.
He aquí un primer acercamiento a la obra, que refleja tras de sí, a un poeta inquieto entre las subterraneidades, severo y aguerrido con los ademanes superficiales que configuran la cultura literaria. Dispuesto a entreverarse en discusiones epistemológicas complejas, dado a la noche, como un carnívoro cazador de epítetos calculados de seudo aventureros. Deconstructor por voluntad propia, de episodios planos y desapasionados. Moscardón urbano de espléndido vuelo que exaspera, sorprende e intoxica apariencias vacías de guión.
Veo a Juan Carlos como un devorador de carcasas y al mismo tiempo como un tierno cofrade de la mesa servida de vino y pichanga en la cual me he sentado alguna vez. Y si las bibliotecas locales no lo han elegido como uno de sus mejores lectores, seguramente es porque sus habilidades protocolares no son su mejor arma. Y si no cuenta con una extensa biografía literaria como escritor, seguramente es porque parte importante de sus poemas reposan en un vertedero, después de haber sido escritos en servilletas o en hojas olvidadas en medio de un bar, o en medio de una casa transeúnte.
Ese dejo de valía respecto de su propia obra alcanzada por la flama ígnea de su propio soplido de dragón, tan acostumbrada a la perdición y a los barridos de la memoria, vienen a equilibrarse esta tarde, con la concretización de este libro.
“Versos Mutantes” me parece una obra que con verosimilitud, expresa como late el pensamiento de Juan Carlos; lo refleja y lo representa. No bastará entonces con sólo leerlo, sino que será necesario también beberlo y someterlo, por medio del diálogo, a ese feroz ejercicio que significa pensar, en medio de la flojera grasosa que amenaza con paralizar nuestro corazón y adormecer la emoción de re-conocernos en una trama común.
1 comentario:
guaaa!! me ha encantado espero que os guste el mio
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